After virtue

“Tiene una virtud que no me gusta nada”. Esa frase, aparentemente contradictoria, oída hace poco en boca de alguien que no pretendía con ella expresar contradicción alguna, sino que solamente se equivocaba al hablar, tiene su gracia. Lo que para unos es una virtud puede ser para otros un defecto. Cambiar, sin embargo, es difícil.

Casi todo es discutible y depende de lo seguro que uno esté de hacer lo correcto; así lo que para alguien es seguridad en sí mismo para otro es chulería; quien siempre habla de sí mismo puede ser una persona abierta o un pesado egocéntrico, según se mire; quien para uno es callado en exceso es para otro discreto o simplemente tímido; el arranque, la rapidez y el “carácter” pueden ser también vistos como afán de protagonismo…

Es difícil buscar el término medio o, mejor dicho, el punto exacto. Dejando de lado las consecuencias prácticas o los beneficios o perjuicios que comporte actuar de una forma o de otra, la línea que separa los defectos de las virtudes es finísima y borrosa. Hay casos en que la cosa está más clara: la ambición excesiva es un defecto pero la total falta de ella también lo es. Igual de grave.