La gran ciudad
Lunes, siete de la tarde. Una frutería-verdulería expone sus productos en la calle. Llaman mi atención unos muy apetitosos tomates, tanto por su aspecto como por su buen precio. Me decido a comprar unos cuantos. El procedimiento de compra es el siguiente: el cliente toma una bolsa de plástico, escoge lo que le apetece y, a continuación, hace cola hasta llegar al mostrador donde los tenderos (sorprende que no se trate de inmigrantes, tan habituales en este tipo de comercios en mi ciudad) proceden a pesar y cobrar la mercancía.
Tiene éxito la tienda. Numerosos clientes se arremolinan entre los alimentos y preguntan constantemente "¿quién es el último?". La gente guarda cola pacientemente. Una mujer mayor (setenta o setenta y cinco años, diría) remolonea más de lo normal. Se hace notar. "¿Quién es el último"?, pregunta. Una mujer joven responde. En la cola, la anciana sigue moviéndose inquieta. De repente se dirige a la joven. Habla en catalán: "Voy a ponerme allí delante --señala el mostrador--, pero no voy a colarme, ¿eh?" Una vez allí entrega su bolsa al dependiente que la pesa y cobra. Nadie dice nada.
Me doy cuenta de que, para aquella mujer, probablemente con menos prisa que la mayoría, lograr ser atendida antes es un gran triunfo. Una necesidad. Una misión.
Tiene éxito la tienda. Numerosos clientes se arremolinan entre los alimentos y preguntan constantemente "¿quién es el último?". La gente guarda cola pacientemente. Una mujer mayor (setenta o setenta y cinco años, diría) remolonea más de lo normal. Se hace notar. "¿Quién es el último"?, pregunta. Una mujer joven responde. En la cola, la anciana sigue moviéndose inquieta. De repente se dirige a la joven. Habla en catalán: "Voy a ponerme allí delante --señala el mostrador--, pero no voy a colarme, ¿eh?" Una vez allí entrega su bolsa al dependiente que la pesa y cobra. Nadie dice nada.
Me doy cuenta de que, para aquella mujer, probablemente con menos prisa que la mayoría, lograr ser atendida antes es un gran triunfo. Una necesidad. Una misión.
Labels: La gran ciudad
5 Comments:
Seguramente tienes razón. Pero qué objetivos tan tristes.
A ella le satisface colarse delante de todo el mundo. A nosotros, la sensación de superioridad que tenemos sobre ella al dejarla colarse, a la pobre, ya que es su principal misión en esta vida.
Así es la vida en la gran ciudad...
A cada uno le satisface algo diferente: juro sobre las cenizas de mi abuelo que si yo hubiera estado allí la "señora" - lease la maldita vieja - hubiera vuelto a su sitio diciendo:
"Que maleducado..." así que hubiera podido contestarle como se conviene y por fin descargarle en la cara toda clase de insultos, pues no me da placer alguno dejar que alguien se crea más listo que yo y me llena de placer que alguien se considere más educado que yo
PD lo que más hubiera motivado mi reacción es el engaño utilizado para usurpar la posición
O sea, qué era una viejaca tocahuevos, a veces es usted demasiado bueno.
Post a Comment
<< Home