Feingeschliffen

All in all a very dying race

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Monday, October 17, 2005

Caminos secundarios



Voy a correr el riesgo, aunque en realidad no es un riesgo sino una certeza, de resultar pedante y antipático con lo que voy a escribir a continuación. En infinidad de ocasiones me he visto desagradablemente sorprendido al conocer los gustos musicales de personas con las que, en muchos otros campos artísticos, tenía una gran afinidad. Esto ha llegado al extremo de hacer que considere conveniente evitar, de forma consciente y cuidadosa, el tema musical en las conversaciones, lo cual no deja de ser algo hasta cierto punto antinatural, pues es la música la expresión artística que prefiero (incluso, si se me obligase a elegir, cosa que afortunadamente no sucede, por encima de la literatura o el cine). Es decir, que a lo largo de la vida me ha sido relativamente fácil o, más exactamente, no me ha sido imposible, encontrar personas con las que poder conversar sobre excelentes películas y muchas de esas conversaciones me han aportado conocimientos que ignoraba, me han interesado y me han servido de guía para descubrir películas, realizadores o actores. Algo similar sucede con la literatura; hablar con aficionados a la lectura puede ser una vía excelente para conocer autores interesantes que pueden ser difíciles de encontrar por estar ocultos entre tantos otros. La situación curiosa, sin embargo, se ha producido al hablar de música con esas mismas personas. La incoherencia, a mi entender, es enorme. Evidentemente entiendo y acepto que quizás a sus ojos sea yo el incoherente, pero lo cierto es que uno puede encontrarse con casos de disonancia cognitiva realmente difíciles de aceptar. Puede darse el caso (y se da) que personas con grandes conocimientos sobre cine y un gusto literario irreprochable se conformen, en lo que a música se refiere, con lo más mediocre, tópico o barato. ¿Por qué alguien que se ha tomado la molestia de no quedarse en la superfície y ha indagado fuera del mainstream para poder disfrutar de obras cinematográficas o literarias excelentes, se conforma con la música vulgar que ofrecen los medios de comunicación? También hay infinidad de caminos secundarios para llegar a la música seria (que no significa aburrida), avanzada, innovadora (grupos de los 70 innovaron hasta el punto de seguir sorprendiendo hoy), vanguardista... Ya avisé al inicio de este post que iba a ser calificado de pedante, pero es así como percibo muchas veces la situación. Quizá sea la música la más subjetiva de las artes, pero, aun así, seguiría sin explicación la razón de la diferencia en la actitud. Uno tiende a pensar que, por ejemplo, alguien que aprecia las películas de Dreyer, de Tarkovsky o de Bergman (llegados a este punto ya no me importa resultar repelente) debería, en música, buscar productos de calidad análoga. Con esto no me refiero a que lo bueno sea únicamente lo desconocido (los tres directores citados son absolutamente conocidos por cualquier amante del cine) sino a que, seguramente, en la música hay que excavar más para encontrar tesoros. Una obra musical puede disfrutarse con más frecuencia que una película o un libro y esto parecería una razón suficiente para no exigirle a la música la inmediatez que se le exige, ya que, el supuesto "esfuerzo" que supone adentrarse en ella se ve compensado con creces y puede ser fuente de interminables horas de disfrute. Al espectador de películas chabacanas y al lector de premios Planeta o Códigos da Vinci (o quien no lee en absoluto) no se le puede pedir que se aventure por otros caminos musicales, pero no es a ellos a quienes van dirigidas estas líneas.

Friday, October 14, 2005

Deporte para mayores



Un blog amigo ha publicado recientemente un par de excelentes posts sobre los medios de transporte. Realmente se trata de un tema importante ya que somos muchos los obligados a hacer uso de ellos prácticamente a diario. Sin embargo no es a esos viajeros por obligación a quienes hace referencia el presente texto, sino a aquellas personas, por lo general de edad provecta, uno de cuyos entretenimientos consiste en subirse en el autobús para pasar el rato. Ciertamente no se trata de una cuestión sin importancia, ya que, en principio, se nos ocurren muchas otras formas en que podrían ocupar los que, por razones estadísticas de esperanza de vida del ser humano, constituyen sus últimos años en este mundo. Sin embargo, algo atrayente deben de encontrar muchos ancianos a bordo de los autobuses, puesto que se dedican a viajar en ellos con una militancia digna de mejor causa.
Sin duda todos hemos vivido la situación de encontrarnos en un autobús abarrotado en las horas punta, pero eso ha sido sin duda porque no nos ha quedado otro remedio. Nuestros queridos mayores, por el contrario, suben al autobús a esas horas por puro placer. ¿Acaso esa gente que disfruta de una merecida jubilación no podría adelantar o retrasar la hora de su paseo, aligerando de ese modo la densidad de pasajeros lo cual sería beneficioso para todos empezando por ellos mismos? El lector amante de la polémica argumentará que posiblemente la mayoría se dirigen al médico o regresan de la consulta, pero esto es muy fácilmente rebatible: los que efectivamente acuden al médico son inmediatamente identificables, ya que llevan consigo enormes sobres que contienen los resultados de análisis de sangre o --sobre todo-- radiografías. Además, en la mayoría de las ocasiones el horario lo desmiente y, si nos fijamos en la firmeza de sus movimientos y el dinamismo de su actitud, veremos que gozan de una salud de hierro y de una fortaleza física que nada tiene que envidiar a la de un medallista olímpico de decatlón. Es más, una selección nacional de atletismo formada por personas mayores de 60 años no tendría rival; es fácil imaginar que las señoras que defienden su posición en la parada del autobús casi en cuclillas y con los brazos extendidos serían unas excelentes reboteadoras en un partido de baloncesto; los señores que, encorvados y con gafas, corren para alcanzar el asiento, vencerían a cualquier velocista y cualquiera de estos ancianos o ancianas dispuesto a abrirse paso a codazos entre el resto de pasajeros le daría sopas con hondas al mejor jugador de rugby o incluso de fútbol australiano, aunque sería sin duda expulsado por juego violento.
Curiosamente la competitividad estos veteranos deportistas en potencia baja mucho en competiciones indoor, como demuestra el hecho de que apenas utilizan el metro.
Por todo esto consideramos que, si se desperdicia este potencial deportivo, se deberían fletar autobuses exclusivos para jubilados o hacer que la tarjeta que da derecho al transporte gratuito incluyera los taxis. No es conveniente que los jóvenes presencien tanta violencia.

Wednesday, October 05, 2005

S.P.Q.R.



Resulta preocupante la tendencia a hacer de dos cosas buenas una mala. Dejando de lado combinaciones gastronómicas discutibles según los gustos, pero comúnmente aceptadas, como poner cebolla en la tortilla de patata (¿por qué estropearla?), sí que hay mezclas intolerables y absurdas como añadir azúcar al colacao. Pero ésto, al fin y al cabo, da como resultado productos que pueden evitarse o, por así decirlo, de los que se puede huir: basta con no consumirlos.
Sin embargo, existe un "aditivo" que nos está invadiendo irremediablemente y del que, debido a su espantosa proliferación, es tremendamente difícil escapar y, por si fuera poco, ni siquiera es esencialmente bueno por sí mismo. Tomemos una música en principio correcta, añadámosla el adjetivo "latino" e inmediatamente se verá convertida en algo malo. Así, por ejemplo, el jazz es un estilo musical que merecería, al menos de entrada, todos nuestros respetos, pero el problema aparece cuando hablamos de "jazz latino". Se toma un estilo musical (lo mismo sucede con el rock o el pop), se estropea añadiéndole percusiones "latinas" (¡otro ejemplo!) y ritmos bailongos y salseros y ya tenemos un nuevo género. Es muy doloroso constatar que los artífices de este horror no se conforman con torturar al oyente sensible con martirios autóctonos como la salsa, la bachata, el merengue y tantos y tantos otros, sino que, en su voracidad por destruir el buen gusto, invaden otras músicas que les son o les deberían ser ajenas.
Por otra parte el DRAE define "latino" fundamentalmente como "Natural del Lacio" y "Perteneciente o relativo a los pueblos del Lacio, o a las ciudades con derecho latino". Solamente en la séptima acepción, la Real Academia de la Lengua define el adjetivo como "Natural de los pueblos de Europa y América en que se hablan lenguas derivadas del latín".
Igual que no tendría sentido hablar de flamenco sueco, merengue finlandés, tangos vietnamitas o cantos tiroleses de Costa de Marfil, no habría que seguir el juego a los impostores.


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