
amiina son cuatro jóvenes músicas islandesas que se dieron a conocer como el cuarteto de cuerda oficial de sus compatriotas Sigúr Ros, a los cuales les preparaban también el ambiente antes de los conciertos actuando como teloneras. Fue
así precisamente como las descubrí hace dos años. Ayer tocaron en La 2, la hermana pequeña de la Sala Apolo de Barcelona (ya se sabe; aquí los mejores espacios los reservamos para otro tipo de artistas).
amiina es un grupo peculiar: son cuatro señoritas encantadoras, aparentemente tímidas, llevan bonitos vestidos y zapatos de tacón y tienen esa belleza lánguida que siempre me impresiona en una mujer. Cuatro jóvenes en la veintena, músicas impresionantes, todas ellas multi instrumentistas, que deambulan constantemente por el escenario y tan pronto tocan con maestría el violín, la viola, el violonchelo, la celesta, la guitarra, el arpa, la mandolina, el laúd (creo que era un laúd), el xilófono, el vibráfono --incluso acariciándolo con un arco de violín--, el acordeón o un Casiotone, como manipulan ordenadores, secuenciadores, teclados, sierras musicales, copas de cristal con agua o timbres...

El resultado es verdaderamente hipnótico, mágico y embriagador; una música melancólica repleta de texturas delicadas no adecuada para hacer el tonto mientras suena; de una placidez extrema, aunque con unos ajustadísimos crescendo en momentos especialmente intensos y medidos toques chispeantes en medio del ensueño y de fragmentos casi cien por cien clásicos. Porque la formación y el bagaje clásico son evidentes. Sabe infinitamente más música cualquiera de las cuatro bellas señoritas que los por aquí idolatrados cantautores-poetas (¡ja!), sus antepasados y sus descendientes y todos los músicos de sus bandas juntos por mil años que vivieran y por mucho que cuelguen el cartel de "entradas agotadas" varios días en recintos de quince mil personas. Pero es lo que hay. Quizá sea el frío, la cultura, el calor, la incultura… Las antípodas de la nauseabunda música latina. Belleza, suavidad y femineidad sonoras. Música cautivadora para escapar del garrulismo e incompatible con la chulería.
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